Escribe Manuel Camilo Vial, obispo.
La Iglesia nos ha propuesto, como lectura espiritual durante las últimas semanas, pasajes del libro de los "Hechos de los Apóstoles". En cada una de sus páginas aparece el Espíritu Santo como animador de la vida de la Iglesia primitiva.
Es Jesús, que el día de Pentecostés, cumple su promesa de enviarles un "consolador", un "abogado", un "defensor, es el Espíritu Santo. Los mismos discípulos se sorprenden profundamente por lo que ha sucedido en cada uno de ellos y que el libro, ya citado describe: "Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otra lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse" (Hechos 2,4).
El Espíritu produce en ellos una profunda conversión, acrecentando su fe, inspirando sus palabras y sus acciones, conduciéndolos a tierras lejanas, haciendo fecunda su predicación que tiene como objetivo, el conocimiento de Jesús como el Hijo de Dios, su palabra como Palabra de Vida, invitándoles a hacerse sus discípulos.
Al mismo tiempo, los que los escuchan, "estupefactos y admirados decían: ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues, ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra lengua nativa?"
Muchos estiman que fue en el día de Pentecostés, que nació verdaderamente la Iglesia. Es el Espíritu Santo, el que hace de la Iglesia, como lo dice el apóstol Pedro en su primera carta (1Pe 2,9): una Iglesia santa, "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios". Es el Espíritu el que desde entonces conduce e inspira la vida de la Iglesia, a sus pastores y a todo ese pueblo creyente que desde el bautizo recibe el aliento divino que inspirará, con sus dones, sus acciones.
Es el mismo Espíritu que inspiró a la Virgen María para concebir y regalarnos a su Hijo Jesús, el que inspiró a los apóstoles y discípulos del Maestro por el camino de la santidad y que nos inspira, en nuestro tiempo, a todos nosotros para ser sus discípulos y misioneros. "Ven Espíritu Santo".
Es Jesús, que el día de Pentecostés, cumple su promesa de enviarles un "consolador", un "abogado", un "defensor, es el Espíritu Santo. Los mismos discípulos se sorprenden profundamente por lo que ha sucedido en cada uno de ellos y que el libro, ya citado describe: "Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otra lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse" (Hechos 2,4).
El Espíritu produce en ellos una profunda conversión, acrecentando su fe, inspirando sus palabras y sus acciones, conduciéndolos a tierras lejanas, haciendo fecunda su predicación que tiene como objetivo, el conocimiento de Jesús como el Hijo de Dios, su palabra como Palabra de Vida, invitándoles a hacerse sus discípulos.
Al mismo tiempo, los que los escuchan, "estupefactos y admirados decían: ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues, ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra lengua nativa?"
Muchos estiman que fue en el día de Pentecostés, que nació verdaderamente la Iglesia. Es el Espíritu Santo, el que hace de la Iglesia, como lo dice el apóstol Pedro en su primera carta (1Pe 2,9): una Iglesia santa, "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios". Es el Espíritu el que desde entonces conduce e inspira la vida de la Iglesia, a sus pastores y a todo ese pueblo creyente que desde el bautizo recibe el aliento divino que inspirará, con sus dones, sus acciones.
Es el mismo Espíritu que inspiró a la Virgen María para concebir y regalarnos a su Hijo Jesús, el que inspiró a los apóstoles y discípulos del Maestro por el camino de la santidad y que nos inspira, en nuestro tiempo, a todos nosotros para ser sus discípulos y misioneros. "Ven Espíritu Santo".
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