lunes, 26 de mayo de 2008

Cuento de otoño

Escribe Juan Manuel Fierro


No debemos olvidar el dulce sabor de los frutos que nos han pertenecido y cuyas huellas conservamos en nuestros labios, como marcas secretas de tiempos que siempre son presente.
Aléjese de los cantos de sirena que lo invitan a liquidaciones políticas y a ofertas de mercado. Mírese con más deleite en el espejo amarillo de las ciruelas. En ellas no verá los rostros opacos de aquellos que merodean en los discursos gastados, prometiendo seguridades que no pueden garantizar y la venida de tiempos menos vulnerables. Sólo palabras, no lo olvide.
Perciba el silencio que se produce bajo los árboles del bosque y haga un inventario de las horas de este tiempo en que las hojas caen y la lluvia vuelve a contarnos de nuevo las historias de siempre. El otoño ingresa en este calendario artificial, durante el cual han pretendido engañarnos los mercaderes del cariño confitado. Recuerde que todo verdadero misterio, se aleja y guarda sus soles. Mirando el rostro de algunos personajes, advierta que es difícil que broten nuevos tallos de ramas secas y que nadie puede esperar beber vino nuevo sembrando arena. Una vez más, usted y yo, nos damos cuenta que todos han ganado, menos los que son mayoría.
Nada como caminar por un pueblo cuyas calles aún no se visten de cemento y visitar casas donde todavía hay cajones de abejas y ancianas misteriosas que guardan los secretos para poder volver a ser niños. Al fondo aún está el río para surcarlo en bote e ir dibujando con los remos los rostros de los seres que amamos, inventando puentes colgantes y puertos donde al anochecer nos reciban con tambores y fogatas que sólo se extinguirán con el brillo de la mañana.
Descubra que las aves sólo se posan cerca de aquellos que saben encumbrar el vuelo, sin temer a la murmuración estéril de los que se arrastran. Los reptiles siempre han desconfiado de aquellos que pueden volar por sí mismos. Disfrute el tibio sol, del cual este tiempo nos invita un pedacito, y comparta el verde aroma de manzanas que llegan a la mesa, de quintas que aún luchan por mantenerse naturales. No olvide que hasta el aroma del pasto recién cortado, se desdibuja en las ciudades de plástico en que pretenden inútilmente encerrarnos.

1 comentario:

saqysay dijo...

En lo personal, yo tiendo a leer en Otoño es una tradición.
Me agrado el texto, me recuerda mi época de infancia, en donde me sentaba alrededor de la estufa a leña, y comenzaba ese mundo mágico, que representan los cuentos e historias.

No hay nada como un buen libro, mientras afuera no deja de caer la lluvia...

Gracias por el texto!

Saludos!
Sandra de villarrica.