miércoles, 9 de julio de 2008

Mi tío, el pejerrey

Escribe Mario Rotta, periodista.

En verdad era mi tío Luis Rotta, pero en Con-Con se ganó su apodo de "El Pejerrey" gracias a sus habilidades para la natación en el río Aconcagua. Era el menor de los hermanos, el más patiperro y el mejor para las aventuras de río y mar.
Vivió y murió hace algunos años en el mismo lugar, su taller, en el que reparaba embarcaciones menores y herraba caballos antes que llegaran, primero los aviones y, luego, la Enap que se instaló a pocos metros de su casa y su negocio y fastidiándolo con humo y polvareda de enormes camiones y ruidos infernales, decía.
Huyendo se trasladó a los cerros. Allí lo encontré convertido en un anciano hace unos años atrás al regresar de un largo viaje. Su fragua estaba apagada y él, viejo sin arrugas, sentado junto a ella en una silla de paja, con una frazada cubriendo sus piernas y sus ojos verdosos que lo habían transformado en el galán más exitoso de la desembocadura del Aconcagua. Hasta el día en que encontró la horma de su zapato una tía que, además de atractiva, preparaba los mejores congrios al horno de la región.
Era el mismo de aquellos días infantiles en los que mis padres me dejaban a su cargo en las vacaciones de verano. Más viejo, pero similar humor y voz de mando usados para despojarme de mis libros para que no me transformara en un producto orgánico de gallina, según decía. Me prestaba el bote pues quería que su sobrino menor, en ese entonces, fuera un muchacho atractivo para las hijas de los futres que llegaban a veranear.
Yo, por supuesto, obedecía a medias pues siempre tenía a mano algunas novelas infantiles que mi madre empastaba para mis navidades con las páginas de prueba de la imprenta en que trabajaba. Por aquellos tiempos, a los 10 años de edad, los niños éramos realmente niños.
Un par de meses antes de mi llegada mi tío lucho se había operado de la vesícula y la tía le sugirió a su sobrina política que los revisará pues "el muy bruto" dijo, se había comido un plato de porotos con rienda apenas llegó de alta a la casa. Y un vaso de tinto para remojarla. Era el mismo tío de siempre. "No pasa nada, le dijo a su sobrina política, ustedes los matasanos se equivocan así que hay que probar". Duró varios años después de su "hazaña". Fue siempre el más sano y "fortacho" de toda la familia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola don Mario, de tanto leerlo ya lo siento cercano, me encanta su forma sencilla y clara de expresarse, de ver el lado bueno de las cosas y comentar lo que realmente tiene valor. felicitaciones y no deje de escribirnos.