lunes, 7 de julio de 2008

Los abuelos

Escribe Mario Rotta.


En un atril artesanal, instalado frente al lugar en el que trabajo reposa, desde que construí esta casa, una muy antigua flauta traversa negra. A su lado, la foto de mi abuelo materno, sentado en una roca la orilla del mar, tocándola como lo hizo durante toda su corta vida. Quedó ciego a los pocos días de nacer y su madre, una francesa de apellido Cocteau, casada con un agricultor borrachín y mujeriego de Constitución, fracasó en todos sus intentos para sanar la inevitable oscuridad en la que vivió toda su corta existencia.
Junto a ella está la foto de mi abuelo paterno con sus largas cejas y su ya incipiente calva. Sus instrumentos, y la batuta que utilizaba para dirigir la orquesta de una compañía de ópera con la que llegó a Argentina, fueron vendidas por su viuda junto a todo lo que dejó el italiano trabajando como músico y luego jefe de la estación de ferrocarriles en Quintero. El viejo italiano, ya más que treintón, había raptado a la adolescente campesina al cruzar la cordillera desde Argentina luego de abandonar la orquesta de una Compañía de Opera Italiana que había quebrado en su última gira a Latinoamérica.
Sin lugar a dudas, la posibilidad genética de que algunos de los descendientes de ambos viejos fuera músico eran teóricamente altas y, en mi caso y el de mi hermano, esta se duplicaba. Hemos logrado demostrar, pese a nuestros esfuerzos y fallido entusiasmo, que la teoría es falsa o ambos somos genéticamente incorrectos en cuanto a la herencia de aptitudes y habilidades y positivos en lo que se refiere a estructura física, yo al italiano-español y mi hermano al franco-mapuche.
Para que hablar de nuestros hijos. El enredo genético de la descendencia es tan complejo que hijos y nietos, sobrinos y sobrinos nietos, y la enorme muchedumbre de nacidos de primos de primer y segundo grado, no pueden entrar en ningún análisis para no complicarse más la existencia.
Los dos viejos se ven muy serios en sus retratos y, afortunadamente, buenmozos lo que deja en claro, por lo menos, que las dos abuelas, la mapuche y la huasa, tuvieron muy buen ojo cuando se dejaron manipular por los dos músicos y hábiles parlanchines. Decían ellas y quienes los conocieron.

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