jueves, 14 de agosto de 2008

Días de prensa

Escribe Mario Rotta


Trabajar como periodista en radio en la década de los 70 del siglo pasado significaba cargar grabadoras metálicas con micrófonos de bola que pesaban una tonelada para la escuálida musculatura de un reportero flaco y, más encima, anteojudo. Y si, con el entusiasmo propio e irresponsable del principiante, se cumplían horarios de reemplazo en algún diario, para terminar revisando copias sacadas a moldes de plomo en medio del ruido infernal y las emanaciones de las linotipias.
La especialización era, en el mejor de los casos, exclusiva del director del medio y de algún viejo reportero ya consagrado y con derechos propios. Una vez ganado el derecho a ser considerado "reportero" y, fundamentalmente si se llegaba a la distinción de "policial" o, más alto y serio, "político", podía tener acceso a una grabadora de dos o tres kilos y a un reportero gráfico, en el caso del diario, generalmente bastante más pesado que la grabadora pero, es justicia decirlo, muchísimo más útil pues era quien realmente habría las puertas de aquello que constituía noticia o copucha interesante. Por eso de la foto, salir impreso no importa por qué, pero verse en el diario. O escuchar el nombre en la radio.
Había de todo. Desde el muchacho muy joven y entusiasta, recién asumiendo su condición de bombero voluntario, dando hachazos a una viga para que el fuego no avanzara a otros muy antiguos edificios olvidando el detalle que él se encontraba a caballo de una de las vigas que, inevitablemente, también caería, hasta un reportero novato, yo, con un experimentado reportero gráfico dando tumbos con sus partes pudendas desde un camino superior hacia la línea ferroviaria en la que se encontraban volcados varios carros. El reportero maldiciendo el día en que había cambiado de profesión y el gráfico tomando las fotos.
O un joven diputado, hoy viejo senador, trenzado a bofetadas con un redactor político, hoy maduro comentarista ya jubilado, a la hora de la once, muy suculenta, compartida en los comedores de la Cámara baja.
Y yo, precavido tras una mesa como siempre, alentándolos junto a colegas más experimentados. Asunto que, por supuesto, terminó con brindis que permitía mantener la amistad y el fair play. Eran días de prensa a la antigua.

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