martes, 29 de abril de 2008

Zapatos muy grandes (Mario Rotta)

Siempre he considerado que el sólo hecho de ser el primero en arribar a destino en aquella fundamental e inevitable carrera por la vida, constituye razón para estar muy orgulloso de la propia capacidad. Todo lo que se logra después de ese momento es lo que llamamos pomposamente "valor agregado".
La parte más complicada de este asunto de vivir como ser humano se inicia a partir de esa espectacular llegada pues, además de la propia capacidad, el bichito resultante queda sujeto a una extraña señora que lo nutre y ayuda a desarrollarse y, cumplida esa primera función, viene otra etapa en la que, si el bicho resultante es afortunado, hay un fulano que aparece junto a la agradable y tibia contenedora encargada de una serie de actividades anexas y, algunos, son quienes ejecutan el trabajo de construir la parte gruesa de la obra.
Este análisis de la familia, elemental y tirado de las mechas, me ha servido para sacarme de encima a hijos y nietos cuando llegan a esa madurez cerebral, primaria y latosa, que los transforma en averiguadores de las razones del ser o no ser, al estilo de Hamlet.
La norma que indica claramente el final de la participación de esa señora contenedora y su ayudante en el resto del camino del bicho llega cuando éste se ha transformado finalmente en autosuficiente. El "destete" se cumple en todas las especies, excepto la humana que conserva, en el mejor de los casos, una reciprocidad en mantenimiento material y anímico. Es la única especie en la que, en muchos casos, los bichos ya desarrollados y consumidores compulsivos, creen que puede seguir dependientes de los progenitores. Para conocerlos, mida su calzado. Tiene enormes patas. En todas las familias hay a lo menos uno de estos bichos.

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Mario Rotta es académico

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