lunes, 28 de abril de 2008

Barajas y racimos (Juan Manuel Fierro)


Cuando una persona es capaz de reírse de sí misma, es una muestra perfecta de equilibrio mental. Así se templa un gigante, que en su grandeza debe ser modesto, y se desdibuja el pequeño, el enano mental, que gordo y reluciente se nos presente vestido de capa y chistera.
El camino de la vida tiene más adoquines de aburrimiento, que caminos llanos. " A veces la vida nos impide vivir plenamente", leí por ahí. Lo cierto es que por esas callejuelas, transita el carruaje de la aventura o del tedio. Cuando esto ocurre, podemos responder al destino con el agrio pasaporte del burócrata o con el sutil encanto de la risa. Pocos, muy pocos lo hacen con el santo y seña del buen humor, especialmente aquel que ejercen los seres que no necesitan estar demostrando permanentemente lo que son y lo que valen. Han visto algo más ridículo que un patán danzando en la bola fatua de su autoreferida vanagloria.
Si el motivo es reírse de lo claro o lo oscuro de la propia existencia cotidiana, la situación es dos veces mejor. Quien puede reír de sí mismo, vence las más agrias intenciones del odio y entiende mejor las mezquindades de los personajes oscuros que se agazapan en las sombras, bebiendo la triste y larga copa de ajenjo cotidiano, en su calvario eterno.
El mundo sería distinto si los poderosos de turno se miraran por un rato y se vieran en el cóncavo espejo de su ridiculez, en su marcha de payasos. Si cualquiera tarde de estas, en vez de enviar bombas y racimos de soldados se rieran de sí mismos, sorprendiéndose ridículos, divertidos, simplemente humanos, el mundo volvería a sonreír como un niño. Cada mañana sería como empezar de nuevo y el sol volvería a ser una divertida carta de presentación de la mañana.
Por eso trato a la vida como viene. La recibo con galas o con andrajos. La muerdo o la acaricio. La miro alejarse o la espero cada mañana, invitándola a jugar una baraja de tostadas.
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Juan Manuel Fierro es académico Ufro

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